Ofensas y disculpas

vela

Hoy finaliza el Concurso literario de Amazon – El Mundo, y algunos de vosotros habéis sido testigos de cómo ciertos autores a los que las críticas de los lectores no han correspondido como ellos se esperaban, han mirado hacia arriba en la tabla de ventas, han visto allí a mi última novela, y de algún modo han concluido que esta ha sido la causa de todos sus males.

Según ellos, a todas luces es imposible que Capitán Riley haya sido la novela más vendida del verano y que haya recibido tantas y tan buenas críticas, así que han volcado gran parte de sus esfuerzos en las redes sociales en difamarme sin recato y afirmar que el éxito de la novela es fruto de algún elaborado fraude por mi parte, que no debí aceptar una entrevista de hace dos meses en El Mundo dedicada a los autores más vendidos en Amazon, porque a ellos no les entrevistaban (pasando de puntillas por el hecho de que ellos no están en la lista de los más vendidos, que era la razón de la serie de entrevistas en las que por ejemplo sí estaban Esteban Navarro o Marcos Chicot), o que las más de 160 reseñas recibidas por los lectores en estas últimas nueve semanas (el 95% de ellas, positivas o muy positivas), por fuerza han tenido que ser falsas.

Una sarta de despropósitos, en fin, que no ha hecho más que tratar de perjudicar a un concurso que es en realidad una gran oportunidad para los autores independientes, y poner en evidencia la falta de integridad de algunos participantes.

Pero en realidad, esta carta no es para hablar de ellos.

Como os podéis imaginar, mi primera reacción tras tener conocimiento de tales difamaciones, fue de ira, seguida de vívidas imágenes en las que me imaginaba estrangulando a más de uno con mis propias manos.

Luego, con el paso de las horas y las conversaciones con amigos, autores y lectores, solidarizándose y señalándome que no debía hacer caso a las injurias y las mentiras, la ira fue dejando paso poco a poco a la indiferencia.

Hasta ayer.

Ayer por la tarde, dando un largo paseo por las calles de Barcelona, me salió al paso la puerta abierta de una pequeña iglesia en la que nunca había reparado. Aunque no soy creyente, me encanta entrar en ellas y respirar la paz que dentro se respira, y eso es lo que hice, en buena parte para huir del tórrido calor de imperaba en la calle.

Nada más cruzar la puerta sentí  de inmediato el  alivio del aire fresco impregnado de olor a cera y humo de velas, avancé por uno de los laterales custodiado por un seguido de estatuas de santos y mártires de beatífico gesto, y fui a sentarme en uno de los bancos cercanos al púlpito.

La iglesia se encontraba prácticamente vacía, pero a pocos metros un par de muchachas con guitarras cantaban una hermosísima canción con unas voces deliciosas, que resonaban en la excelente acústica del templo y parecían en verdad una pareja de ángeles en chanclas y pantalón corto.

La canción era de carácter religioso y de haberla escuchado cualquier otro día, habría bosquejado una mueca de desaprobación. Pero ayer fue diferente.

Ayer comprendí que, más allá de mi opinión sobre todas las religiones en general, aquella canción era muy hermosa. Y lo más importante: el amor con que aquellas dos jóvenes la interpretaban, era auténtico. Aunque no comparta sus creencias, comprendí de una forma profunda, que estaba expresando un amor que ellas sentían en lo más hondo de sus corazones.  Un amor sincero. Y por ello les debía el máximo respeto. Sin muecas.

Entonces, sentado en aquel banco, eché la vista atrás y recordé todas las veces en que, a lo largo de mi vida, he torcido el gesto al escuchar una canción religiosa, o he menospreciado a otro por sostener puntos de vista diferentes, o he resultado irrespetuoso, incluso sin pretenderlo, al mostrarme poco comprensivo, indiferente o condescendiente.

Hay muchas personas, conocidas y desconocidas, a las que he ofendido con el paso de los años y el creer estar cargado de razones para hacerlo o no haber tenido mala intención en ningún caso que yo recuerde, no me exculpa en absoluto de la ofensa.

Del mismo modo en que otros me han ofendido estas últimas semanas, sé que yo también he ofendido a otros a lo largo de los años, ya fuera por ignorancia o convencimiento, y hoy, aquí, con esta carta, quiero pediros disculpas a todos.

 Si estás leyendo estas líneas y en alguna ocasión te he ofendido de algún modo, por acción u omisión, te ofrezco mis sinceras disculpas desde lo más profundo de mi corazón.

Ojalá nunca vuelva a suceder.

Un fuerte abrazo.

Fernando

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